Las paredes y los techos también enseñan muchas cosas, si prestamos un poco de atención a las sensaciones. Dan muestra de amistad y buen talante. Enseñan antiguas habilidades e ingeniosas técnicas constructivas.
Por Carlos Arrizabalaga. 15 febrero, 2023. Publicado en El Tiempo, el 12 de febrero de 2023.Un breve artículo publicado en el diario El Tiempo, el 11 de julio de 1934, daba cuenta del “derrumbe de un enserche” ocurrido en Catacaos el último lunes, cuando a las nueve de la noche “se desplomó el enserche del salón”, correspondiente al segundo y tercer grados del centro escolar número 28, “causando gran alarma en el vecindario que creyó al principio tratarse de un incendio” (p. 3).
Los diccionarios piuranos de Esteban Puig y de Edmundo Arámbulo no dan cuenta del término, ya desaparecido de nuestro litoral, ni lo recoge Carlos Robles en sus notas. Marcos Morínigo (1966) tampoco lo incluye en su Diccionario del Español de América. Solo lo registra Teodoro García Merino, por muchos años presidente de la asociación de ayabaquinos residentes en Lima, en sus “Voces y reflexiones ayavaquinas” (2007).
“Encerche: cielo raso”, señala García (p. 108). Es una definición mínima pero suficiente. Por su etimología, debería ser con ce, pero todas nuestras fuentes escriben con ese este neologismo norperuano que sale por nominalización de un verbo (“enserchar”), el cual, a su vez, deriva de otro sustantivo.
En la actualidad, el cielo raso se hace con yeso, con triplay o con planchas de escayola industrial. Los enserches tampoco eran rasos, sino de traza irregular y ligeramente curvados. Por ahí viene el origen del término, que procede del antiguo “cercha”, que es la armazón que sostiene una cubierta o cada una de las piezas de tabla aserradas con las cuales se hacen arcos, techos, mesas o cosas semejantes. Procede del latín vulgar “circa”, de donde viene también “círculo”. En el léxico de la arquitectura, la construcción naval y la carpintería, “cercha” y “cerchar” hacen referencia a diversos elementos constructivos que forman arcos o triángulos, para barcos, muebles o cubiertas.
El Diccionario de peruanismos (2016), de J. Calvo Pérez, registra “encerche” como un término empleado en la región de Áncash para referirse a un armazón de “varas paralelas, entretejidas o atadas con soguilla, en la que se apoya el techo, una plataforma para un segundo piso o una estera para la tasajera” (p. 397). También registra “enserchar” con el significado de construir una estructura “a modo de cercha”, para lo cual, ahí emplean suros y palos de aliso.
Diferente se escribe y diferente es el enserche ayabaquino, que también era usual en la provincia de Huancabamba. Miguel Justino Ramírez (1966) refiere que allá se hacían con tiras de maguey y sogas de cabuya, aunque también usan para ello “el turgo que es más pequeño, más delgado y menos resistente que el maguey” (p. 307). El turgo o turbo también sirve, según García (2007), como parante para sostener el techo (p. 243).
El enserche piurano se cubría todo de barro y se pintaba con cal, para mantener mejor el calor o el fresco. El peso del techado hacía frecuentes los derrumbes, como se ha visto, por lo que dejaron de utilizarse en la costa, pero en Ayabaca la mayoría de las casas tenían enserches. Las varas de guayaquil, maguey o turgo se insertaban en la pared mediante pequeños huecos y se amarraban con los carrizos mediante alambres o soguillas a las vigas del techo. El barro con paja se amasaba con los pies, se pegaba al carrizo y se dejaba secar.
Los enserches eran una solución económica, ya que aprovechaban perfectamente los materiales disponibles en el entorno. Formaban parte de una arquitectura ecológica que ha sido remplazada por materiales industriales con mejores acabados y de más fácil y rápido manejo. Los enserches podían hacerse también con yeso, aunque me dice el señor Rogelio Riofrío, un maestro constructor de Montero: “Para que te dure bastante hay que echarle cola”, o también goma, como hacían los antiguos, “de esa goma que hay en los árboles, por ejemplo, el ciruelo”. Así, el carrizo y “el pajual de burro” se hacen remojar en el agua con cola o goma natural, para que peguen. Pero, ahora ya nadie lo hace.
Un pequeño paseo a Montero ha sido una bonita oportunidad para ver el antiguo enserche de la sala de la señora María Adela Campos, en la casa que mandaron a hacer sus padres ya fallecidos, el maestro Campos y su esposa Vitalina Núñez, también maestra de escuela en la localidad, hace más de sesenta años. El enserche de la entrada se derrumbó y ya no se pudo recuperar, pero el de la sala lo han conservado, con su seco barro panzón y esponjoso, en torno a las paredes de adobes dobles y puertas de dos hojas de ligera madera de guayacán, con aldabas por dentro y argollas por fuera. El resto de la casa lo están renovando, con columnas de fierro, para que sujete bien la estructura.
Gerardo Cabrera Campos me dice que quieren conservar la sala tal como fue siempre, en recuerdo de sus abuelos, unas personas muy queridas que fueron maestros de muchas generaciones de monterinos. Además de la currícula, enseñaban a tejer o a fabricar sillas y otras cosas.
También quieren conservarlo porque es bien fresco, y “el enserche con carrizo y con barro” tiene una excelente acústica. Es un lugar agradable y acogedor. Las paredes y los techos también enseñan muchas cosas, si prestamos un poco de atención a las sensaciones. Dan muestra de amistad y buen talante. Enseñan antiguas habilidades e ingeniosas técnicas constructivas, y demuestran que es posible resolver muchos problemas con los recursos del entorno más cercano. Para ello, hay que aprender de lo que la naturaleza ofrece en cada lugar y trasmitir esa lección a los más jóvenes. No todo lo más nuevo es siempre lo mejor; o, por lo menos, merece la pena conservar algunas cosas, aunque sea para aprender algo del pasado.
Este es un artículo de opinión. Las ideas y opiniones expresadas aquí son de responsabilidad del autor.